martes, 2 de octubre de 2018

TEOLOGÍA DEL CUERPO

Visión del Papa Juan Pablo II sobre el amor humano

INOCENCIA, FELICIDAD, PUREZA DE CORAZÓN
Audiencia General del 30 de enero de 1980

1. La realidad del don y del acto de donar, delineada en los primeros capítulos del Génesis, como de la creación, confirma que la irradiación del amor es parte integrante de este mismo misterio. Sólo el amor crea el bien y, en definitiva, sólo puede ser percibido en todas sus dimensiones y perfiles a través de las cosas creadas y sobre todo del hombre. Su presencia es como el resultado final de la hermenéutica del don que aquí estamos realizando. La felicidad originaria, el «principio» beatificante del hombre a quien Dios creó «varón y mujer» (Gén 1, 27), el significado esponsalicio del cuerpo en su desnudez originaria: todo esto expresa el arraigo en el amor. Este donar coherente, que se remonta hasta las raíces más profundas de la conciencia y de la subconciencia, a los últimos estratos de la existencia subjetiva de ambos, varón y mujer, y que se refleja en su recíproca «experiencia del cuerpo», da testimonio del arraigo en el amor. Los primeros versículos del la Biblia hablan tanto de ello, que disipan toda duda. Hablan no sólo de la creación del mundo, sino también de la gracia, esto es, de la comunicación de la santidad, de la irradiación del Espíritu, que produce un estado especial de «espiritualización» en ese hombre, que de hecho fue el primero. En el lenguaje bíblico, esto es, en el lenguaje de la revelación, la calificación de «primero» significa precisamente «de Dios»: «Adán, hijo de Dios» (cf. Lc 3, 38).

2. La felicidad es el arraigarse en el amor. La felicidad originaria nos habla del «principio» del hombre, que surgió del amor y ha dado comienzo al amor. Y esto sucedió de modo irrevocable, a pesar del pecado sucesivo y de la muerte. A su tiempo, Cristo será testigo de este amor irreversible del Creador y Padre, que ya se había manifestado en el misterio de la creación y en la gracia de la inocencia originaria. Y por esto también el «principio» común del varón y de la mujer, es decir, la verdad originaria de su cuerpo en la masculinidad y feminidad, hacia el que dirige nuestra atención el Génesis 2, 25, no conoce la vergüenza. Este «principio» se puede definir también como inmunidad originaria y beatificante de la vergüenza por efecto del amor.

3. Esta inmunidad nos orienta hacia el misterio de la inocencia originaria del hombre. Es un misterio de su existencia, anterior a la ciencia del bien y del mal, y como «al margen» de ésta. El hecho de que el hombre exista en este mundo, antecedentemente a la ruptura de la primera Alianza con su Creador, pertenece a la plenitud del misterio de la creación. Si, como hemos dicho antes, la creación es un don hecho al hombre, entonces su plenitud es la dimensión más profunda y determinada de la gracia, esto es, de la participación en la vida íntima de Dios, en su santidad. Esta es también en el hombre fundamento interior y fuente de su inocencia originaria. Con este concepto -y más precisamente con el de «justicia originaria»-, la teología define el estado del hombre antes del pecado original. En el presente análisis del «principio», que nos allana los caminos indispensables para la comprensión de la teología del cuerpo, debemos detenernos sobre el misterio del estado originario del hombre. En efecto, precisamente esa conciencia del cuerpo -más aún, la conciencia del significado del cuerpo-, que tratamos de iluminar a través del análisis del «principio», revela la peculiaridad de la inocencia originaria.

    Lo que se manifiesta quizá mayormente en el Génesis 2, 25, es precisamente el misterio de esta inocencia, que tanto el hombre como la mujer llevan desde los orígenes, cada uno en sí mismo. Su mismo cuerpo es testigo, en cierto sentido, «ocular» de esta característica. Es significativo que la afirmación encerrada en el Génesis 2, 25 -acerca de la desnudez recíprocamente libre de vergüenza-, sea una enunciación única en su género dentro de toda la Biblia, tanto, que no se repetirá jamás. Al contrario, podemos citar muchos textos en los que la desnudez está unida a la vergüenza, o incluso, en sentido todavía más fuerte, a la «ignominia» (1). En este amplio contexto son mucho más claras las razones para descubrir en el Génesis 2, 25 una huella particular del misterio de la inocencia originaria y un factor especial de su irradiación en el sujeto humano. Esta inocencia pertenece a la dimensión de la gracia contenida en el misterio de la creación, es decir, a ese misterioso don hecho a lo más íntimo del hombre -al «corazón» humano- que permite a ambos, varón y mujer, existir desde el «principio» en la recíproca relación del don desinteresado de sí. En esto está encerrada la revelación y a la vez el descubrimiento del significado «esponsalicio» del cuerpo en su masculinidad y feminidad. Se comprende por qué hablamos, en este caso, de revelación y a la vez del descubrimiento. Desde el punto de vista de nuestro análisis, es esencial que el descubrimiento esponsalicio del cuerpo, que leemos en el testimonio del libro del Génesis, se realice a través de la inocencia originaria; más aún, este descubrimiento es quien la revela y la hace patente.

4. La inocencia originaria pertenece al misterio del humano, del que se separó después el hombre «histórico» cometiendo el pecado original. Pero esto no significa que no esté en disposición de acercarse a ese misterio mediante su ciencia teológica. El hombre «histórico» trata de comprender el misterio de la inocencia originaria cómo a través de un contraste, esto es, remontándose a la experiencia de la propia culpa y del propio estado pecaminoso (2). Trata de comprender la inocencia originaria como característica esencial para la teología del cuerpo, partiendo de la experiencia de la vergüenza; efectivamente, el mismo texto bíblico lo orienta así. La inocencia originaria es, pues, lo que , esto es, en sus mismas raíces, excluye la vergüenza del cuerpo en la relación varón-mujer, elimina su necesidad en el hombre, en su corazón, o sea, en su conciencia. Aunque la inocencia originaria hable sobre todo del don del Creador, de la gracia que ha hecho posible al hombre vivir el sentido de la donación primaria del mundo, y en particular el sentido de la donación recíproca del uno al otro a través de la masculinidad y feminidad en este mundo, sin embargo esta inocencia parece referirse ante todo al estado interior del humano, de la voluntad humana. Al menos indirectamente, en ella está incluida la revelación y el descubrimiento de toda la dimensión de la conciencia -obviamente, antes del conocimiento del bien y del mal-. En cierto sentido, se entiende como rectitud originaria.

5. En el prisma de nuestro «a posteriori histórico» tratamos de reconstruir, en cierto modo, la característica de la inocencia originaria, entendida cual contenido de la experiencia recíproca del cuerpo como experiencia de su significado esponsalicio (según el testimonio del Génesis 2, 23-25). Puesto que la felicidad y la inocencia están inscritas en el marco de la comunión de las personas, como si se tratase de dos hilos convergentes de la existencia del hombre en el mismo misterio de la creación, la conciencia beatificante del significado del cuerpo -esto es, del significado esponsalicio de la masculinidad y feminidad humanas- está condicionada por la inocencia originaria. No parece que haya impedimento alguno para entender aquí esa inocencia originaria como una particular , que conserva una fidelidad interior al don según el significado esponsalicio del cuerpo. Por consiguiente, la inocencia originaria, concebida así, se manifiesta como un testimonio tranquilo de la conciencia que (en este caso) precede a cualquier experiencia del bien y del mal; y sin embargo este testimonio sereno de la conciencia es algo mucho más beatificante. Efectivamente, se puede decir que la conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, en su masculinidad y feminidad, se hace beatificante sólo por medio de este testimonio.


Notas

(1) La «desnudez», en el sentido de «falta de vestido», en el antiguo Oriente Medio significaba el estado de abyección de los hombres privados de libertad: esclavos, prisioneros de guerra o condenados, los que no gozaban de la protección de la ley. La desnudez de las mujeres se consideraba deshonor (cf., por ejemplo, las amenazas de los Profetas: Oseas 1, 2, y Ezequiel 23, 26. 29).

    El hombre libre, atento a su dignidad, debía vestirse suntuosamente: cuanta mayor cola tengan los vestidos, tanto más alta era la dignidad (cf., por ejemplo, el vestido de José, que inspiraba celos en sus hermanos; o de los fariseos, que alargaban sus franjas).
    El segundo significado de la «desnudez» , en sentido eufemístico, se refería al acto sexual. La palabra hebrea cerwat significa un vacío espacial (por ejemplo, del paisaje), falta de vestido, expolio, pero no comportaba nada de oprobioso.

(2) «Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago... Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí. Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer el bien que está en mí, pero el hacerlo no. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado, que habita en mí. Por consiguiente, tengo en mí esta ley: que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; porque me deleito en la ley de Dios según el hombre interior, pero siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado, que está en mis miembros.

    ¡Desdichado de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom 7, 14-15. 17-24; cf.: «Video meliora proboque; deteriora sequor», Ovidio, Metamorph. VII, 20).


GAUDETE ET EXSULTATE

CAPÍTULO QUINTO
COMBATE, VIGILANCIA Y DISCERNIMIENTO
El discernimiento


    175. Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes. Pero hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. El que lo pide todo también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para plenificar. Esto nos hace ver que el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos.

REFLEXIÓN - ANDEMOS EN LA FE Y EN LA JUSTICIA

TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXVI
De la Feria. Salterio II
03 de Octubre

     De la carta de san Policarpo, obispo y mártir, a los Filipenses
     (Cap. 9, 1-11, 4: Funk 1, 275-279)

ANDEMOS EN LA FE Y EN LA JUSTICIA

    Os exhorto a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y a que 'perseveréis en la paciencia; con vuestros propios ojos, en efecto, habéis contemplado una paciencia admirable no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en muchos otros que eran de vuestra comunidad, en el mismo Pablo y en los otros apóstoles; imitadlos, persuadidos de que todos ellos no corrieron en vano, sino que anduvieron en la fe y en la justicia y ahora están en el lugar que merecieron, cerca del Señor, con el cual padecieron. Porque ellos no amaron este siglo, sino a aquel que por nosotros murió, y a quien Dios, también por nosotros, resucitó.

    Permaneced, pues, en estos sentimientos y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inquebrantables en la fe, amando a los hermanos, queriéndoos unos a otros, unidos en la verdad, estando atentos unos al bien de los otros con la dulzura del Señor, no despreciando a nadie. Cuando podáis hacer bien a alguien, no os echéis atrás, porque la limosna libra de la muerte. Someteos unos a otros y observad entre los gentiles una conducta ejemplar; así cuando vean y consideren vuestras buenas obras os podrán alabar y el nombre del Señor no será blasfemado a causa de vosotros. Porque, ¡ay de aquel por cuya causa ultrajan el nombre del Señor! Enseñad a todos la sobriedad y vivid también vosotros según ella.

    Me ha contristado sobremanera el caso de Valente, que había sido durante un tiempo presbítero de vuestra Iglesia, y que ahora vive totalmente ajeno al ministerio que se le había confiado. Os exhorto también a que os abstengáis del amor al dinero y a que seáis castos y veraces. Apartaos de todo mal. El que no es capaz de gobernarse a sí mismo en estas cosas ¿cómo podrá enseñarlas a los demás? Quien no se abstiene de la avaricia se verá mancillado también por la idolatría y será contado entre los paganos que desconocen el juicio del Señor. ¿O es que no sabéis que los fieles han de juzgar al mundo, como dice san Pablo?

    No es que nada de esto haya observado y oído decir de vosotros, entre quienes trabajó el bienaventurado apóstol Pablo, quien os cita al principio de su carta. De vosotros, en efecto, se gloría ante todas las Iglesias, que entonces eran las únicas que conocían a Dios, mientras que nosotros todavía no lo habíamos conocido.

    Es por ello que me he apenado mucho a causa de Valente y de su esposa; ¡ojalá el Señor les inspire un verdadero arrepentimiento! Con ellos debéis comportaros moderadamente: no los tengáis como a enemigos, al contrario, llamadlos de nuevo, como miembros sufrientes y extraviados, para salvar así el cuerpo entero de todos vosotros. Haciendo esto os iréis edificando vosotros mismos.

LETANÍA A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA



    Te rogamos nos concedas, Señor Dios nuestro, gozar de continua salud de alma y cuerpo, y por la gloriosa intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, vernos libres de las tristezas de la vida presente y disfrutar de las alegrías eternas.
Por Cristo nuestro Señor. Amén


EVANGELIO - SAN LUCAS 9,57-62

TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXVI
03 de Octubre

 Libro de Job 9,1-12.14-16.


    Job respondió a sus amigos, diciendo:
Sí, yo sé muy bien que es así: ¿cómo un mortal podría tener razón contra Dios?
Si alguien quisiera disputar con él, no podría responderle ni una vez entre mil.
Su corazón es sabio, su fuerza invencible: ¿quién le hizo frente y se puso a salvo?
El arranca las montañas sin que ellas lo sepan y las da vuelta con su furor.
El remueve la tierra de su sitio y se estremecen sus columnas.
El manda al sol que deje de brillar y pone un sello sobre las estrellas.
El solo extiende los cielos y camina sobre las crestas del mar.
El crea la Osa Mayor y el Orión, las Pléyades y las Constelaciones del sur.
El hace cosas grandes e inescrutables, maravillas que no se pueden enumerar.
El pasa junto a mí, y yo no lo veo; sigue de largo, y no lo percibo.
Si arrebata una presa, ¿quién se lo impedirá o quién le preguntará qué es lo que hace?
¡Cuánto menos podría replicarle yo y aducir mis argumentos frente a él!
Aún teniendo razón, no podría responder y debería implorar al que me acusa.
Aunque lo llamara y él me respondiera, no creo que llegue a escucharme.



Salmo 88(87),10bc-11.12-13.14-15.


Yo te invoco, Señor, todo el día,
con las manos tendidas hacia ti.
¿Acaso haces prodigios por los muertos,
o se alzan los difuntos para darte gracias?

¿Se proclama tu amor en el sepulcro,
o tu fidelidad en el reino de la muerte?
¿Se anuncian tus maravillas en las tinieblas,
o tu justicia en la tierra del olvido?

Yo invoco tu ayuda, Señor,
desde temprano te llega mi plegaria:
¿Por qué me rechazas, Señor?
¿Por qué me ocultas tu rostro?



    Evangelio según San Lucas 9,57-62.


    Mientras Jesús y sus discípulos iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!".
    Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
    Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre".
    Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".
    Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos".
    Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".

Palabra del Señor

Fuente: ⒸEvangelizo.org


MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - "Sígueme"

TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXVI
03 de Octubre

Santa Teresa-Benedicta de la Cruz [Edith Stein] Cristo nos precede.

«Sígueme» (Lc 9, 59)

    El Salvador nos ha precedido en el camino de la pobreza. A Él le pertenecen todos los bienes del cielo y de la tierra. Para Él no presentaban ningún peligro; podía usar de ellos al mismo tiempo que conservaba su corazón enteramente libre. Pero sabía muy bien que es casi imposible al ser humano poseer bienes sin subordinarse a ellos y hacerse su esclavo. Por esta razón lo abandonó todo, y con su ejemplo nos ha enseñado, aún más que con sus palabras, que sólo lo posee todo el que no posee nada. Su nacimiento en un establo y su huida a Egipto nos hacen comprender ya, que el Hijo del hombre no tendría un lugar donde reposar la cabeza. El que quiera seguirle debe saber que nosotros no tenemos aquí abajo una morada permanente. Cuanto más vivamente tomemos conciencia de ello, más ardientemente tenderemos hacia nuestra morada futura y exultaremos sólo de pensar que tenemos derecho de ciudadanía en el cielo.

HIMNO LAUDES - NACIDOS DE LA LUZ, HIJOS DEL DÍA

TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXVI
De la Feria. Salterio II
03 de Octubre

Himno: NACIDOS DE LA LUZ, HIJOS DEL DÍA.

Nacidos de la luz, hijos del día,
Vamos hacia el Señor de la mañana.
Su claridad disipa nuestras sombras
y alegra y regocija nuestras almas.

Que nuestro Dios, el Padre de la gloria,
nos libre para siempre del pecado,
y podamos así gozar la herencia
que nos legó en su Hijo muy amado.

Honor y gloria a Dios, Padre celeste,
por medio de su Hijo Jesucristo,
y al Don de toda luz, el Santo Espíritu,
que vive por los siglos de los siglos. Amén.

SANTORAL - SAN FRANCISCO DE BORJA

TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXVI
03 de Octubre


    San Francisco Borja nació en Gandía (Valencia) el 28 de octubre de 1510, primógenito de Juan de Borja y entró muy joven al servicio de la corte de España, como paje de la hermana de Carlos V, Catalina. A los veinte años el emperador le dio el título de marqués. Se casó a los 19 años y tuvo ocho hijos. A los 29 años de edad, después de la muerte de la emperatriz, que le hizo comprender la caducidad de los bienes terrenos, resolvió “no servir nunca más a un señor que pudiese morir” y se dedicó a una vida más perfecta. Pero el mismo año fue elegido virrey de Cataluña (1539-43), cargo que desempeñó a la altura de las circunstancias, pero sin descuidar la intensa vida espiritual a la que se había dedicado secretamente.

    Una vez que hubo terminado sus estudios, a los dieciocho años, Francisco ingresó en la corte de este último. Por entonces, ocurrió un incidente cuya importancia no había de verse sino más tarde. En Alcalá de Henares, Francisco quedó muy impresionado a la vista de un hombre a quien se conducía a la prisión de la Inquisición: ese hombre era Ignacio de Loyola.

    Fue un organizador infatigable (a él se le debe la fundación del primer colegio jesuita en Europa, en su sierra natal de Gandía, y de otros veinte en España), y siempre encontró tiempo para dedicarse a la redacción de tratados de vida espiritual. Se destacó por su gran devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Incluso dos días antes de morir, ya gravemente enfermo, quiso visitar el santuario mariano de Loreto. Fue beatificado en 1624 y canonizado en 1671, uno de los primeros grandes apóstoles de la Compañía de Jesús.


Oremos

    Admirable San Francisco de Borja, grande en la tierra, pero mucho mayor en el cielo por tus admirables virtudes, ejemplo de príncipes y señores, guía de sacerdotes, modelo de religiosos y prelados, celosísimo del bien de las almas; que has merecido del Señor gracia especial para librar de las enfermedades a tus devotos, conservarles el honor, y hacer que recobren la buena fama; para apaciguar discordias, aplacar terremotos, y librar de sus estragos a tantos pueblos, que os invocan por protector y patrono; alcánzame del Señor buen uso de las riquezas, paciencia en las adversidades, desprecio de las pompas y vanidades del mundo, la salud y el bienestar del cuerpo que convenga para mi salvación, y sobre todo imitación perfecta de tus virtudes, para gozar contigo de la presencia de Dios en el cielo por los siglos sin fin. Amén