miércoles, 2 de noviembre de 2016

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - Nuestro verdadero hogar

MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXXI
Del Propio. Como en el Oficio de difuntos 
02 de Noviembre

     San Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago y mártir
     Sin miedo a la muerte PL 4, 583s (Tratado sobre la peste, 15-26)


Nuestro verdadero hogar

    Hemos de pensar, hermanos amadísimos, y reflexionar sobre lo mismo: que hemos renunciado al mundo y que vivimos aquí durante la vida como huéspedes y viajeros (He 11,13). Abracemos el día que a cada uno señala su domicilio, que nos restituye a nuestro reino y paraíso, una vez escapados de este mundo y libres de sus lazos. ¿Quién, estando lejos, no se apresura a volver a su patria? ¿Quién, a punto de embarcarse para ir a los suyos, no desea vientos favorables para poder abrazarlos cuanto antes? Nosotros tenemos por patria el paraíso, por padres a los patriarcas.

    ¿Por qué, pues, no nos apresuramos y volvemos para ver a nuestra patria, para poder saludar a nuestros padres? Nos esperan allí muchas de nuestras personas queridas, nos echan de menos una multitud de padres, hermanos, hijos, seguros de su salvación, pero preocupados todavía por la nuestra. ¡Qué alegría tan grande para ellos y nosotros llegar a su presencia y abrazarlos, qué placer disfrutar allá del reino del cielo sin temor de morir y qué dicha tan soberana y perpetua con una vida sin fin! Allí el coro glorioso de los apóstoles, allí el grupo de los profetas gozosos, allí la multitud de innumerables mártires que están coronados por los méritos de su lucha y sufrimientos, allí las vírgenes que triunfaron de la concupiscencia de la carne con el vigor de la castidad, allí los galardonados por su misericordia, que hicieron obras buenas, socorriendo a los pobres con limosnas, que, por cumplir los preceptos del Señor, transfirieron su patrimonio terreno a los tesoros del cielo.

    Corramos, hermanos amadísimos, con insaciable anhelo tras éstos, para estar enseguida con ellos; deseemos llegar pronto a Cristo. Vea Dios estos pensamientos, y que Cristo contemple estos ardientes deseos de nuestro espíritu y fe; Él otorgará mayores mercedes de su amor, a los que tuvieren mayores deseos de Él.


Fuente: ©Evangelizo.org

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