martes, 10 de enero de 2017

SOBRE LA INMUTABILIDAD DE LA VERDAD DE FE, EL MAGISTERIO Y LA TEOLOGÍA



IV. SOBRE ALGUNOS ERRORES PARTICULARES

    1. Los intentos de acomodar la verdad revelada a la "mentalidad moderna", con frecuencia se presentan como simples perfeccionamientos de la terminología. Se tratará -dicen- de sustituir la terminología "esencialista, cosificante y medieval" por otra "existencialista, viva y moderna". Ciertamente, siempre podrá intentarse, con la debida prudencia, explicar mejor el significado preciso de las fórmulas dogmáticas. Pero, nunca puede olvidarse que "los conceptos y términos que en el decurso de muchos siglos fueron elaborados con unánime consentimiento por los doctores católicos, (...) se fundan, efectivamente, en los principios y conceptos deducidos del verdadero conocimiento de las cosas creadas, deducción realzada a la luz de la verdad revelada que, por medio de la Iglesia iluminaba, como una estrella, la mente humana. Por eso, no hay que maravillarse de que algunas de esas nociones hayan sido no sólo empleadas, sino sancionadas por los Concilios ecuménicos, de suerte que no sea lícito separarse de ellos" (Pío XII, Humani generis, 12-VIII-1950: Dz 2311).
No basta simplemente decir que con una nueva fórmula se quiere afirmar la misma verdad que con la expresión tradicional de esa verdad; si los nuevos términos empleados -como es corriente- ya tenían un determinado significado anterior, a menos que sean estrictamente sinónimos, difícilmente podrán expresar la misma verdad.

    2. Otras veces sucede lo contrario: se mantienen los mismos términos (formalmente), pero cargados con un significado diverso del tradicional sancionado por la Iglesia. Esta insidia, que es peor que la indicada en el número anterior, se basa en la pretensión de que cualquier filosofía es apta para explicar el contenido de la fe, en base a una total transcendencia de la verdad de fe respecto a la razón natural. Esta actitud, y sus consecuencias necesariamente relativistas, ya fue reprobada expresamente por la Iglesia: "Por lo que a la teología se refiere, es intento de algunos atenuar lo más posible la significación de los dogmas y librar al dogma mismo de la terminología de tiempo atrás recibida por la Iglesia, así como de las nociones filosóficas vigentes entre los doctores católicos. (...) Reducida la doctrina católica a esta condición, piensan que queda así abierto el camino por el que satisfaciendo a las exigencias actuales pueda expresarse el dogma por las nociones de la filosofía moderna, ya del inmanentismo, ya del idealismo, ya del existencialismo, ya de cualquier otro sistema. (...) Según ellos, los misterios de la fe jamás pueden significarse por nociones adecuadamente verdaderas, sino solamente por nociones "aproximadas", como ellos las llaman, y siempre cambiantes, por las cuales, efectivamente, se indica la verdad, en cierto modo, pero forzosamente también se deforma. (...) Pero es evidente, por lo que llevamos dicho, que tales conatos no sólo conducen al llamado relativismo dogmático, sino que ya en sí mismos lo contienen" (Pío XII, Enc. Humani generis, 12-VIII-1950: Dz 2309-2311).
Actualmente, por ejemplo, algunos niegan la infalibilidad de la Iglesia, precisamente por considerar que, de modo necesario, toda afirmación es a la vez verdadera y falsa, y por tanto siempre reformable: "Es necesario, por tanto, que los fieles rehúyan la opinión según la cual: en principio las fórmulas dogmáticas (o algún tipo de ellas) no pueden manifestar la verdad de modo concreto, sino solamente a base de aproximaciones. Los que abracen tal opinión no escapan al relativismo teológico y falsean el concepto de infalibilidad de la Iglesia" (S.C.D.F., Declaración, 24-VI-1973, cit., p. 13).

    3. No faltan tampoco quienes, para fundamentar su "nuevo cristianismo", recurren a lanzar contra la Iglesia, y especialmente contra el Magisterio, la acusación de haber traicionado el mensaje evangélico, o de haber oscurecido lo esencial a base de "definiciones abstractas y monolíticas", en contra de la verdadera esencia "carismática" del cristianismo. Este burdo presupuesto (cfr. también n. 4 de la Introducción de este guión), en sí mismo herético, hace ya mucho tiempo que fue explícitamente condenado: "La proposición que afirma: que en estos últimos siglos se ha esparcido un general oscurecimiento sobre las verdades de más grave importancia, que miran a la religión y que son base de la fe y de la doctrina moral de Jesucristo, es herética" (Pío VI, Const. Auctorem fidei, 28-VII1-1794: Dz 1501).

    4. Uno de los presupuestos más generalizados para aquella "reformulación" de las verdades cristianas, es el abuso de "lo pastoral", en contraposición a lo que, con desprecio, llaman "dogmatismo". Lo que interesa, afirman, es la paz, la concordia y comunión entre los hombres, el ecumenismo, etc. Aunque de ordinario no se diga explícitamente, de hecho esa concordia se pone como valor supremo ante el cual ha de ceder el mismo dogma que, o es negado o es arbitrariamente reducido al silenciar algunas de sus exigencias. No son pocas, en este sentido, las "declaraciones conjuntas" de algunos católicos y no católicos sobre temas doctrinales, en que para ponerse de acuerdo se han silenciado aspectos centrales de la fe, reduciendo esa declaración a lo mínimo que todos estaban dispuestos a aceptar.

  Ante ese falso irenismo, que considera la paz entre los hombres como el máximo bien, no podemos olvidar que Jesucristo vino, sí, a traer la paz (cfr. Luc. II, 14; Ioann. XIV, 27), pero también la guerra y la espada (cfr. Matth. X, 34; Luc. XII, 51), mientras que nunca dijo que haya venido a traer la verdad y el error: El es la Verdad (cf. Ioann. XIV, 6). Pero, además, esa concordia, que se obtiene con un mal llamado ecumenismo, es falsa: la unidad verdadera sólo puede fundarse en la común posesión de la verdad y del bien; la unidad en el error y en el mal, es a su vez un error y un mal mayor (cfr. Pío XII, Enc. Humani generis, 12-VIII-1950 Dz 2308).

  Al tratar del ecumenismo, el Concilio Vaticano II afirmó que "existe un orden o jerarquía en las verdades de la doctrina católica, siendo diverso su nexo con el fundamento de la fe" (Decr. Unitatis redintegratio, n. 11). Algunos, partiendo de este texto sostienen que por motivos ecuménicos es necesario prescindir de algunas verdades más particulares del dogma, para procurar la concordia en las verdades fundamentales. Prescinden así de lo que ese mismo documento afirma en el mismo número: "Es absolutamente necesario exponer con claridad toda la doctrina. Nada es más ajeno al ecumenismo, que el falso irenismo" (ibid.). De ahí, por ejemplo, algunos dicen que basta hablar de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, pero que no interesa hablar de "presencia substancial", y, mucho menos aún, de "transubstanciación"; etc.

  La interpretación de ese texto del Concilio Vaticano II no admite ninguna duda para quien lo lea sin prejuicios ya erróneos. "Jerarquía de verdades" no significa que unas verdades sean "más verdaderas" que otras, de modo que estas otras hayan de tenerse casi como si fuesen opiniones más o menos fundamentadas; la jerarquía u orden sólo indica que unas verdades se refieran a otras. Por eso, para la labor ecuménica hay que tener en cuanta esa jerarquía, de modo que la aceptación de las verdades fundamentales prepare el camino para la aceptación de las demás, que son igualmente reveladas, y por tanto igualmente verdaderas y objeto de fe, que las otras. Así lo ha explicado, ante los errores actuales, la S.C. para la Doctrina de la Fe: "Ciertamente existe un orden y como una jerarquía de los dogmas de la Iglesia, siendo como es diverso su nexo con el fundamento de la fe. Esta jerarquía significa que unos dogmas se apoyan en otros como más principales y reciben luz de ellos. Sin embargo todos los dogmas, por el hecho de haber sido revelados, han de ser creídos con la misma fe divina" (S.C.D.F., Declaración, 24-VI-1973, cit., pp. 11-12).

    5. A menudo, ese abuso de "lo pastoral" tiene las características de un activismo, con frecuencia lleno de buena voluntad, pero ayuno de doctrina. Lo que importa, dirán, es organizar las "estructuras y la acción eclesiales" de modo que se atraiga a las muchedumbres que, en esta época, se están alejando cada vez más de la Iglesia. Para eso, se propugnan todo tipo de reformas y "ensayos", en la liturgia, en la predicación, en la "imagen del sacerdote", etc., prescindiendo por completo de los fundamentos doctrinales intangibles que, explícita e implícitamente, son considerados como mera "teoría".

  Con todo lo que hasta aquí se ha recordado, esa actitud queda sobradamente refutada. Pero, para terminar, recordamos que "nadie puede desear la novedad en la Iglesia, allí donde la novedad signifique traición a la norma de la fe; la fe no se inventa, ni se manipula; se recibe, se custodia, se vive" (Paulo VI, Alocución, 4-VIII-1971).



BIBLIOGRAFÍA

En relación con los temas de este guión, es de particular interés releer y meditar:
- San Pío X, Enc. Pascendi, 8-IX-1907: ASS 40 (1907) 593 ss.; Dz 2071-2109 (en la nueva versión -Denz.-Schön.- han suprimido muchos párrafos importantes);
- Pío XII, Enc. Humani generis, 12-VIII-1950 AAS 42 (1950) 561 ss.; Dz 2305-2330;
- Carta Fortes in fide, 19-III-1967 (especialmente, nn. 1-54; 100-150);
- Cartas Roma, 1971; Roma, marzo 1973; Roma, junio 1973.


Fuente: www.gloria.tv



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