sábado, 7 de enero de 2017

SOBRE LA INMUTABILIDAD DE LA VERDAD DE FE, EL MAGISTERIO Y LA TEOLOGÍA



I. LA DOCTRINA DE FE ES IRREFORMABLE, Y SOLO CABE EN ELLA UN PROGRESO HOMOGÉNEO

    1. La doctrina de fe no es el resultado de la investigación de los hombres, sino el objeto de la Revelación divina. Afirma solemnemente el Concilio Vaticano I: "La doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino que ha sido entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada" (Conc. Vaticano I, Const. Dei Filius, cap. IV: Dz 1800).

    2. En las ciencias estrictamente humanas, por la limitación de la razón discursiva de los hombres, cabe no sólo el progreso hacia la verdad, sino a veces también la rectificación de un posible error y el cambio consiguiente. Sin embargo, en la verdad de fe no cabe el progreso (en el sentido de aumento o disminución del depósito), ni -en ningún sentido- el cambio o la rectificación, ya que su verdad es revelada y tiene su garantía en la Verdad misma de Dios, que no puede engañarse ni engañarnos (cfr. Conc. Vaticano I, Const. Dei Filius, cap. III: Dz. 1789). No puede haber cambio en la fe, de modo que "hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y jamás hay que apartarse de ese sentido bajo pretexto y nombre de una más alta inteligencia" (ibid., cap. IV: Dz 1800). San Pablo, inspirado por Dios, declaró esta verdad fundamental con palabras muy fuertes: "... hay algunos que os alborotan y pretenden desquiciar el Evangelio de Cristo. Pero, aun cuando nosotros o un ángel bajado del cielo os anuncie un evangelio fuera del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes lo tenemos dicho, ahora lo digo también de nuevo: si alguno os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, sea anatema" (Gal. I, 7-9).

    3. El depósito de la fe, que es irreformable, tampoco admite aumento o disminución. Su contenido es la verdad revelada por Dios, y la Revelación pública terminó con la muerte del último Apóstol (cfr. Conc. de Trento, sess, IV: Dz 783); la afirmación contraria fue ya expresamente reprobada por la Iglesia (cfr. San Pío X, Decr. Lamentabili, 3-VII-1907: Dz 2021). La Tradición de la Iglesia siempre consideró, como característica esencial, ese carácter definitivo del depósito de verdades reveladas: "Anunciar algo más de lo que recibieron, nunca fue permitido, ni lo es ni lo será a los cristianos católicos; y siempre fue conveniente, lo sigue siendo y lo será siempre, anatematizar a los que anuncian algo más de lo que una vez recibieron" (S. Vicente de Lerins,Commonitorium, 9).

    4. No cabe, pues, un "nuevo cristianismo" que haya de ser descubierto: "La economía cristiana, como alianza que es eterna y definitiva, no pasará jamás, y ya no hay que esperar nueva revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (Conc. Vaticano II, const. Dei Verbum, n. 5). Con Cristo llegó ya la plenitud de los tiempos(Gal. IV, 4). De ahí que "en la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre" (Es Cristo que pasa, n. 104). De ahí también que una de las actitudes cristianas fundamentales sea la fidelidad a lo recibido:depositum custodi, divitans profanas vocum novitates, dice San Pablo a Timoteo (I Tim. VI. 20).

    5. Sin que pueda haber cambio, aumento o disminución en el depósito de la fe, cabe, sin embargo, un progreso en la inteligencia de esa fe, y en su más explícita formulación, como la misma historia lo demuestra: "Crezca, pues, y mucho y poderosamente se adelante en quilates, la inteligencia, ciencia y sabiduría de todos y cada uno, ora de cada hombre particular, ora de toda la Iglesia universal, de las edades y de los siglos; pero solamente en su propio género, es decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia" (Conc. Vaticano I, Const. Dei Filius, cap. IV: Dz 1800). Este progreso en el mejor conocimiento de la verdad de fe, muy frecuentemente se ha debido a la necesidad de defender la doctrina revelada contra los herejes: "Hay muchos puntos tocantes a la fe católica que, al ser puestos sobre el tapete por la astuta inquietud de los herejes, para poder hacerles frente son considerados con más detenimiento, entendidos con más claridad y predicados con más insistencia. Y así, la cuestión suscitada por el adversario brinda la ocasión para aprender"(S. Agustín, De civitate Dei, 16, 2, l).

    6. El criterio, pues, para discernir lo que puede suponer un cierto progreso en la inteligencia de la fe, de lo que es desvirtuarla, está en la homogeneidad, en la continuidad: "en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia". Esta fidelidad a la fe es fidelidad a Dios. No creemos las cosas porque sean viejas, sino porque Dios nos las enseña dándonos la misma posibilidad interior de aceptarlas mediante la virtud sobrenatural de la fe. Una fe que, como enseña Santo Tomás, no es una "opinión fortalecida por razonamientos" (In Sent. Prol., q. 1, a. 3, qla. 3, sol. 3), y siempre tendrá un carácter de obediencia humilde y rendida a la majestad de Dios: la obediencia de la fe (cfr.Rom. I, 5).

Fuente: www.gloria.tv


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