TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XII
30 de Junio
«Jesús lo tocó diciendo: ¡quiero, queda limpio!»
Antes que brillara la luz divina, no me conocía a mí mismo.
Viéndome entonces en las tinieblas y en la prisión,
encerrado en un lodazal, cubierto de suciedad, herido, mi carne hinchada..., caí a los pies de aquél que me había iluminado.
Y aquél que me había iluminado toca con sus manos
mis ataduras y mis heridas; allí donde su mano toca y donde su dedo se acerca, caen inmediatamente mis ataduras, desaparecen las heridas, y toda suciedad.
La mancha de mi carne desaparece...
de tal manera que la vuelve semejante a su mano divina.
Extraña maravilla: mi carne, mi alma y mi cuerpo
participan de la gloria divina.
Desde que he sido purificado y liberado de mis ataduras, me tiende una mano divina, me saca enteramente del lodazal, me abraza, se echa a mi cuello, me cubre de besos (Lc 15,20).
Y a mi que estaba totalmente agotado y que había perdido mis fuerzas me pone sobre sus hombros (Lc 15,5), y me lleva lejos de mi infierno...
Es la luz que me arrebata y me sostiene; me arrastra hacia una gran luz...
Me hace contemplar por que extraño remodelaje
él mismo me ha rehecho (Gn 2,7) y me ha arrancado de la corrupción.
Me ha regalado una vida inmortal y me ha revestido de ropa inmaterial y luminosa y me ha dado sandalias, anillo y corona incorruptibles y eternas
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