domingo, 13 de agosto de 2017

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II - SALMO 109



SALMO 109, 1-5. 7
El Mesías, Rey y Sacerdote


1 Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies».
2 Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

3 «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora».

4 El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».

5 El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
7 En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.



El Mesías, rey y sacerdote


1. Hemos escuchado uno de los salmos más célebres de la historia de la cristiandad. En efecto, el salmo 109, que la liturgia de las Vísperas nos propone cada domingo, se cita repetidamente en el Nuevo Testamento. Sobre todo los versículos 1 y 4 se aplican a Cristo, siguiendo la antigua tradición judía, que había transformado este himno de canto real davídico en salmo mesiánico.

La popularidad de esta oración se debe también al uso constante que se hace de ella en las Vísperas del domingo. Por este motivo, el salmo 109, en la versión latina de la Vulgata, ha sido objeto de numerosas y espléndidas composiciones musicales que han jalonado la historia de la cultura occidental. La liturgia, según la práctica elegida por el concilio Vaticano II, ha recortado del texto original hebreo del salmo, que entre otras cosas tiene sólo 63 palabras, el violento versículo 6. Subraya la tonalidad de los así llamados "salmos imprecatorios" y describe al rey judío mientras avanza en una especie de campaña militar, aplastando a sus adversarios y juzgando a las naciones.

2. Dado que tendremos ocasión de volver otras veces a este salmo, considerando el uso que hace de él la liturgia, nos limitaremos ahora a ofrecer sólo una visión de conjunto.

Podemos distinguir claramente en él dos partes. La primera (cf. vv. 1-3) contiene un oráculo dirigido por Dios a aquel que el salmista llama "mi Señor", es decir, el soberano de Jerusalén. El oráculo proclama la entronización del descendiente de David "a la derecha" de Dios. En efecto, el Señor se dirige a él, diciendo: "Siéntate a mi derecha" (v. 1). Verosímilmente, se menciona aquí un ritual según el cual se hacía sentar al elegido a la derecha del arca de la alianza, de modo que recibiera el poder de gobierno del rey supremo de Israel, o sea, del Señor.

3. En el ambiente se intuyen fuerzas hostiles, neutralizadas, sin embargo, por una conquista victoriosa: se representa a los enemigos a los pies del soberano, que camina solemnemente en medio de ellos, sosteniendo el cetro de su autoridad (cf. vv. 1-2). Ciertamente, es el reflejo de una situación política concreta, que se verificaba en los momentos de paso del poder de un rey a otro, con la rebelión de algunos súbditos o con intentos de conquista. Ahora, en cambio, el texto alude a un contraste de índole general entre el proyecto de Dios, que obra a través de su elegido, y los designios de quienes querrían afirmar su poder hostil y prevaricador. Por tanto, se da el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, que se desarrolla en los acontecimientos históricos, mediante los cuales Dios se manifiesta y nos habla.

4. La segunda parte del salmo, en cambio, contiene un oráculo sacerdotal, cuyo protagonista sigue siendo el rey davídico (cf. vv. 4-7). La dignidad real, garantizada por un solemne juramento divino, une en sí también la sacerdotal. La referencia a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, es decir, de la antigua Jerusalén (cf. Gn 14), es quizá un modo de justificar el sacerdocio particular del rey junto al sacerdocio oficial levítico del templo de Sión. Además, es sabido que la carta a los Hebreos partirá precisamente de este oráculo: "Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec" (Sal 109, 4), para ilustrar el particular y perfecto sacerdocio de Jesucristo.
Examinaremos posteriormente más a fondo el salmo 109, realizando un análisis esmerado de cada uno de sus versículos.

5. Como conclusión, sin embargo, quisiéramos releer el versículo inicial del salmo con el oráculo divino: "Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies". Y lo haremos con san Máximo de Turín (siglo IV-V), quien en suSermón sobre Pentecostés lo comenta así: "Según nuestra costumbre, la participación en el trono se ofrece a aquel que, realizada una empresa, llegando vencedor merece sentarse como signo de honor. Así pues, también el hombre Jesucristo, venciendo con su pasión al diablo, abriendo de par en par con su resurrección el reino de la muerte, llegando victorioso al cielo como después de haber realizado una empresa, escucha de Dios Padre esta invitación: "Siéntate a mi derecha". No debemos maravillarnos de que el Padre ofrezca la participación del trono al Hijo, que por naturaleza es de la misma sustancia del Padre...
El Hijo está sentado a la derecha porque, según el Evangelio, a la derecha estarán las ovejas, mientras que a la izquierda estarán los cabritos. Por tanto, es necesario que el primer Cordero ocupe la parte de las ovejas y la Cabeza inmaculada tome posesión anticipadamente del lugar destinado a la grey inmaculada que lo seguirá" (40, 2: Scriptores circa Ambrosium, IV, Milán-Roma 1991, p. 195).

AUDIENCIA GENERAL 

JUAN PABLO II
Miércoles 26 de noviembre de 2003



El Mesías, rey y sacerdote 



1. Siguiendo una antigua tradición, el salmo 109, que se acaba de proclamar, constituye el componente principal de las Vísperas dominicales. Se repite en las cuatro semanas en las que se articula la liturgia de las Horas. Su brevedad, ulteriormente acentuada por la exclusión, en el uso litúrgico cristiano, del versículo 6, con matiz imprecatorio, implica cierta dificultad de exégesis e interpretación. El texto se presenta como un salmo regio, vinculado a la dinastía davídica, y probablemente remite al rito de entronización del soberano. Sin embargo, la tradición judía y cristiana ha visto en el rey consagrado el perfil del Consagrado por excelencia, el Mesías, el Cristo. Precisamente desde esta perspectiva, el salmo se convierte en un canto luminoso dirigido por la liturgia cristiana al Resucitado en el día festivo, memoria de la Pascua del Señor.


2. Son dos las partes del salmo 109 y ambas se caracterizan por la presencia de un oráculo divino. El primer oráculo (cf. vv. 1-3) es el que se dirige al soberano en el día de su entronización solemne "a la diestra" de Dios, o sea, junto al Arca de la alianza en el templo de Jerusalén. La memoria de la "generación" divina del rey formaba parte del protocolo oficial de su coronación y para Israel asumía un valor simbólico de investidura y tutela, dado que el rey era el lugarteniente de Dios en la defensa de la justicia (cf. v. 3). Naturalmente, en la interpretación cristiana, esa "generación" se hace real y presenta a Jesucristo como verdadero Hijo de Dios. Así había sucedido en la lectura cristiana de otro célebre salmo regio-mesiánico, el segundo del Salterio, donde se lee este oráculo divino: "Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy" (Sal 2, 7).


3. El segundo oráculo del salmo 109 tiene, en cambio, un contenido sacerdotal (cf. v. 4). Antiguamente, el rey desempeñaba también funciones cultuales, no según la tradición del sacerdocio levítico, sino según otra conexión: la del sacerdocio de Melquisedec, el soberanosacerdote de Salem, la Jerusalén preisraelita (cf. Gn 14, 17-20). Desde la perspectiva cristiana, el Mesías se convierte en el modelo de un sacerdocio perfecto y supremo. La carta a los Hebreos, en su parte central, exalta este ministerio sacerdotal "a semejanza de Melquisedec" (Hb 5, 10), pues lo ve encarnado en plenitud en la persona de Cristo.


4. El Nuevo Testamento recoge, en repetidas ocasiones, el primer oráculo para celebrar el carácter mesiánico de Jesús (cf. Mt 22, 44; 26, 64; Hch 2, 34-35; 1 Co 15, 25-27; Hb 1, 13). El mismo Cristo, ante el sumo sacerdote y ante el sanedrín judío, se referirá explícitamente a este salmo, proclamando que estará "sentado a la diestra del Poder" divino, precisamente como se dice en el versículo 1 del salmo 109 (Mc 14, 62; cf. 12, 36-37). Volveremos a reflexionar sobre este salmo en nuestro comentario de los textos de la liturgia de las Horas. Ahora, para concluir nuestra breve presentación de este himno mesiánico, quisiéramos reafirmar su interpretación cristológica.


5. Lo hacemos con una síntesis que nos ofrece san Agustín. En la Exposición sobre el salmo 109, pronunciada en la Cuaresma del año 412, definía este salmo como una auténtica profecía de las promesas divinas relativas a Cristo. Decía el célebre Padre de la Iglesia: "Era necesario conocer al único Hijo de Dios, que estaba a punto de venir a los hombres para asumir al hombre y para hacerse hombre a través de la naturaleza asumida: moriría, resucitaría, ascendería al cielo, se sentaría a la diestra del Padre y cumpliría entre las gentes todo lo que había prometido. (...) Todo esto, por tanto, debía ser profetizado, debía ser anunciado con anterioridad, debía ser señalado como algo que se iba a realizar, para que, al suceder de improviso, no suscitara temor, sino que fuera aceptado con fe y esperado. En el ámbito de estas promesas se inserta este salmo, el cual profetiza con palabras tan seguras y explícitas a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que no podemos poner en duda que en este salmo se anuncia al Cristo" (Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, pp. 951 y 953).


6. Dirijamos ahora nuestra invocación al Padre de Jesucristo, único rey y sacerdote perfecto y eterno, para que haga de nosotros un pueblo de sacerdotes y profetas de paz y amor, un pueblo que cante a Cristo, rey y sacerdote, el cual se inmoló para reconciliar en sí mismo, en un solo cuerpo, a toda la humanidad, creando al hombre nuevo (cf. Ef 2, 15-16).

JUAN PABLO II 

AUDIENCIA GENERAL 
Miércoles 18 de agosto de 2004




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