TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XIX
18 de Agosto
Mencionas en este pasaje, Señor, la dureza de corazón. Creo que éste es uno de los principales motivos del mal en el mundo de hoy. A veces mi corazón se ha transformado en una roca. Una roca indiferente ante el dolor ajeno, impermeable ante el amor del prójimo, dura con los juicios a los demás, seca ante las obras de misericordia.
Cuando imagino un corazón, lo imagino siempre de carne, rojo, palpitante, sano, fuerte, vigoroso, y transmitiendo vida. Pero podría también imaginar cómo es la imagen que presentas a los fariseos el día de hoy: un corazón de piedra. Es un corazón muerto, grisáceo, seco, inmóvil, resistente, es un corazón que pesa, que causa dolor y poco transforma todo en muerte.
Éste es el corazón que a veces llevo dentro de mí. Señor, no permitas en mí la dureza de corazón, porque ella me lleva a sólo buscar mis intereses, a olvidar lo importante en la vida, a descuidar mi vida de unión contigo, a pactar con la tibieza. Dame, Señor, un corazón como el tuyo. Un corazón que sepa mirar todos los aspectos de mi vida como Tú los ves. Dame, Jesús, tu corazón y toma Tú el mío.
Tú también me hablas del matrimonio, de la familia. Te presentas como el mejor y mayor defensor de la familia. No eres el que simplemente impone leyes que cumplir, sino que eres el Dios que busca lo mejor para sus hijos y por ello les ayuda en lo que mejor les conviene en sus vidas. El matrimonio es un don nacido de tu corazón y no del corazón del hombre. Es por ello que para Ti el matrimonio tiene un valor único y precioso. Dame la gracia, Señor, de valorar y defender el don de la familia.
«Nosotros debemos caminar con estas dos cosas que Jesús nos enseña: la verdad y la comprensión. Y esto no se resuelve como una ecuación matemática, sino con la propia carne: es decir, yo cristiano ayudo a esa persona, a aquellos matrimonios que atraviesan una dificultad, que están heridos, en el camino de acercamiento a Dios. Permanece el hecho que la verdad es aquella, pero esta es otra verdad: todos somos pecadores, en camino. Y siempre está este trabajo por hacer: cómo ayudar, cómo acompañar, pero también cómo enseñar a aquellos que se quieren casar, cuál es la verdad sobre el matrimonio.»
Fuente: Catholic.net
Cuando imagino un corazón, lo imagino siempre de carne, rojo, palpitante, sano, fuerte, vigoroso, y transmitiendo vida. Pero podría también imaginar cómo es la imagen que presentas a los fariseos el día de hoy: un corazón de piedra. Es un corazón muerto, grisáceo, seco, inmóvil, resistente, es un corazón que pesa, que causa dolor y poco transforma todo en muerte.
Éste es el corazón que a veces llevo dentro de mí. Señor, no permitas en mí la dureza de corazón, porque ella me lleva a sólo buscar mis intereses, a olvidar lo importante en la vida, a descuidar mi vida de unión contigo, a pactar con la tibieza. Dame, Señor, un corazón como el tuyo. Un corazón que sepa mirar todos los aspectos de mi vida como Tú los ves. Dame, Jesús, tu corazón y toma Tú el mío.
Tú también me hablas del matrimonio, de la familia. Te presentas como el mejor y mayor defensor de la familia. No eres el que simplemente impone leyes que cumplir, sino que eres el Dios que busca lo mejor para sus hijos y por ello les ayuda en lo que mejor les conviene en sus vidas. El matrimonio es un don nacido de tu corazón y no del corazón del hombre. Es por ello que para Ti el matrimonio tiene un valor único y precioso. Dame la gracia, Señor, de valorar y defender el don de la familia.
«Nosotros debemos caminar con estas dos cosas que Jesús nos enseña: la verdad y la comprensión. Y esto no se resuelve como una ecuación matemática, sino con la propia carne: es decir, yo cristiano ayudo a esa persona, a aquellos matrimonios que atraviesan una dificultad, que están heridos, en el camino de acercamiento a Dios. Permanece el hecho que la verdad es aquella, pero esta es otra verdad: todos somos pecadores, en camino. Y siempre está este trabajo por hacer: cómo ayudar, cómo acompañar, pero también cómo enseñar a aquellos que se quieren casar, cuál es la verdad sobre el matrimonio.»
Fuente: Catholic.net
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