jueves, 4 de enero de 2018

ENTENDER A WOJTYLA PARA COMPRENDER A BERGOGLIO - PARTE 3

El carácter personalista de “Amori laetitia”.Conferencia de Rodrigo Guerra López leída en el IV Congreso Iberoamericano de Personalismo Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla 28-30 de agosto de 2017


La dimensión objetiva de la subjetividad
 y la dimensión subjetiva de la verdad 

    Cuando Karol Wojtyla escribía sus dos grandes obras filosóficas – Amor y responsabilidad (1960) y Persona y acción (1969) – la controversia sobre lo humano era muy intensa. Todo el siglo XX se debatió explícita o al menos implícitamente sobre esta cuestión. En cierto sentido, a comienzos del siglo XXI la controversia continua y es más profunda y aguda en la actualidad. ¿Qué significa realmente lo que somos? ¿Cuál es nuestra verdad? ¿Qué relación guarda nuestra subjetividad y el mundo en el que existimos?

    Las filosofías de la conciencia, con diversos nombres y autores, de una u otra manera afirmaban que todos los datos captados por las facultades cognoscitivas se encontraban encerrados en la inmanencia de la conciencia o en la inmanencia del contexto socio-cultural del cual es imposible evadirse. Por su parte, las filosofías del ser, también con diversos nombres y matices, intentaban afirmar los peligros del desliz idealista y la necesidad de reconocer que más allá de la conciencia y de la subjetividad, la verdad es lo que es. Entre otros, la tensión entre estas dos posturas la experimentó dramáticamente Edmund Husserl. El, justo en el año 1900, afirmaría:

    Lo que es verdadero es absolutamente verdadero, es verdadero «en sí». La verdad es una e idéntica, sean hombres u otros seres no humanos, ángeles o dioses, los que la aprehendan en el juicio. Esta verdad, la verdad en el sentido de una unidad ideal frente a la multitud real de las razas, los individuos y las vivencias, es la verdad de que hablan las leyes lógicas y de que hablamos todos nosotros, cuando no hemos sido extraviados por el relativismo.

Mientras que cinco años después, 
el propio Husserl dirá:

    El conocimiento, en todas sus formas, es una vivencia psíquica; es conocimiento del sujeto que conoce. Frente a él están los objetos conocidos. Pero ¿cómo puede el conocimiento estar cierto de su adecuación a los objetos conocidos? ¿Cómo puede trascenderse y alcanzar fidedignamente los objetos? Se vuelve un enigma el darse de los objetos de conocimiento en el conocimiento, que era cosa consabida para el pensamiento natural. En la percepción, la cosa percibida pasa por estar dada inmediatamente. Ahí, ante mis ojos que la perciben, se alza la cosa; la veo; la palpo. Pero la percepción es meramente vivencia de mi sujeto, del sujeto que percibe. Igualmente son vivencias subjetivas el recuerdo y la expectativa y todos los actos intelectuales edificados sobre ellos gracias a los cuales llegamos a la tesis mediata de la existencia de seres reales y al establecimiento de las verdades de toda índole sobre el ser. ¿De dónde sé, o de dónde puedo saber a ciencia cierta yo, el que conoce, que no sólo existen mis vivencias, estos actos cognoscitivos, sino que también existe lo que ellas conocen, o que en general existe algo que hay que poner frente al conocimiento como objeto suyo?

    Leer estos textos con detenimiento no deja de asombrarnos. Husserl, el gran filósofo que había convocado a volver a las cosas mismas, de repente parece retrotraer la cuestión del conocimiento de la verdad al mundo de la subjetividad. No es este el momento de explicar cómo resuelve esta tención el filósofo alemán. Lo que sí es importante percibir es que el propio Wojtyla enfrenta las mismas cuestiones en el primer párrafo de Amor y responsabilidad:

    El mundo en que vivimos se compone de objetos. Objeto es aquí sinónimo de ser. El significado, con todo, no es exactamente el mismo, porque, hablando con propiedad, objeto designa lo que está en relación con un sujeto. Pero el sujeto es igualmente un ser, que existe y actúa de una manera u otra. Puede, por lo tanto, decirse que el mundo en que vivimos se compone de un gran número de sujetos. Incluso estaría mejor hablar antes de sujetos que de objetos.

    En este breve texto, y en los parágrafos subsiguientes, Wojtyla nos dice varias cosas importantes: una de ellas es que una consideración objetiva de la realidad no contrapone sujetos y objetos sin más, como si fueran un par antitético. Al contrario, el reconocimiento objetivo de la realidad implica el reconocimiento de la existencia objetiva de la subjetividad. Así mismo, una consideración atenta de la subjetividad en tanto que subjetividad, no puede hacerse al margen de reconocerla como algo dado, como algo que se ofrece a nuestras facultades cognoscitivas con una consistencia definida e inininventable. Por ende, la subjetividad no puede no ser ob-jectum, es decir, algo que se coloca frente a mi como dándose.

    En realidad lo que ayuda a entender que el mundo de los objetos incluye también a los sujetos es la reconsideración de una adecuada teoría del ser. Ser, de esta manera, no es sólo lo real extramental sino también la estructura de la subjetividad. El ser abraza todo y demanda ser reconocido en su naturaleza específica en cada caso. Cuando esto se aprecia hasta el fondo podemos advertir que el más radical objetivismo es precisamente el que ayuda a valorar positivamente también el papel de la subjetividad al momento de acoger la verdad. Como decíamos más arriba, un poco recordando a Aristóteles: lo recibido se recibe al modo del recipiente. Esto es así y no puede ser de otro modo.

    La verdad, de esta manera, tiene su hábitat humano en la conciencia. La verdad trascendente, objetiva, ininventable, universal y eterna es advertida por parte del ser humano en un recipiente lleno de límites contingentes, diversos, finitos, marcados por el contexto social e histórico y por las disposiciones psíquicas particulares.

    Dicho de otra manera, Wojtyla no predica un objetivismo sin más. Wojtyla descubre que la tensión entre filosofía del ser y filosofía de la conciencia se resuelve en una adecuada filosofía de la persona que reconoce simultáneamente que la conciencia es ser y que el ser se da a la conciencia. En un texto de 1957 el filósofo polaco nos dice a este respecto:

    En la base de todo el sistema de las normas fundadas sobre la naturaleza y formuladas por la razón (…) se podría poner el siguiente principio: en toda tu actividad permanece de acuerdo con la realidad objetiva. Esta realidad está constituida, por una parte, por el sujeto operante, provisto de la naturaleza racional y, por otra, por toda una serie de seres objetivos, con los cuales el sujeto se encuentra en su actividad, cada uno de los cuales posee su propia naturaleza. Este principio fundamental, el principio de conexión con la realidad, tanto objetiva como subjetiva, durante la acción, es el garante del realismo en toda la filosofía práctica, y particularmente en la ética.

    Hemos querido destacar estas cuestiones para mostrar que la comprensión de Wojtyla sobre la realidad, y sobre la vida moral en particular, siempre atiende de manera simultánea a la dimensión objetiva de la subjetividad y a la dimensión subjetiva de la verdad objetiva. Esto es el garante del verdadero realismo en la ética.

    Poco antes de que apareciera Amoris laetitia uno de lo más importantes discípulos de Wojtyla escribió un libro precisamente sobre estos asuntos. Rocco Buttiglione, por un lado siguiendo las huellas de su maestro exhibe en su libro Sulla verità soggettiva que el primado de la conciencia no elimina la objetividad de la verdad. Y la objetividad de la verdad, en cierto sentido, es la que nos ayuda a entender hasta el fondo el primado de la conciencia. No me deja de sorprender que el libro de Buttiglione en cierto sentido pareciera ser un comentario ante litteram del núcleo especulativo que articula Amoris laetitia en el tema sobre la objetividad de la ley moral y la imputabilidad de los actos a sujetos humanos concretos.

En efecto, el Papa Francisco en su Exhortación apostólica postsinodal nos enseña: 

    A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia. Y más adelante:

    De nuestra conciencia del peso de las circunstancias atenuantes —psicológicas, históricas e incluso biológicas— se sigue que, «sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día», dando lugar a «la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible». Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, «no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino».

Fuente: Vatican Insider Documentos


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