TIEMPO DE CUARESMA
MIÉRCOLES DE CENIZA
14 de Febrero
10ª homilía para la Cuaresma
El Señor ha dicho: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13). Así pues, no está permitido a ningún cristiano odiar a quienquiera que sea, porque nadie se salva de ninguna otra manera sino por el perdón de los pecados... Que el pueblo de Dios sea santo, y que sea bueno: Santo para alejarse de lo que está prohibido, bueno para cumplir lo que está mandado. Ciertamente es una gran cosa tener una fe recta y una doctrina santa; es muy digno de alabanza reprimir la glotonería, tener una dulzura y una castidad irreprochables, pero todas estas virtudes, sin la caridad, no son nada...
Amados míos, todos los tiempos son buenos para realizar esta caridad, pero la cuaresma nos invita a ello de manera especial. Los que desean acoger la Pascua del Señor con santidad de espíritu y de cuerpo, ante todo deben esforzarse para adquirir ese don que contiene lo esencial de todas las virtudes y que “cubre la multitud de los pecados” (1P 4,8). Es por eso que, en el momento de celebrar el misterio que sobrepasa a todos los demás, el misterio por el cual la sangre de Jesucristo ha borrado todas nuestras faltas, preparamos en primer lugar los sacrificios de la misericordia. Eso que la bondad de Dios nos ha concedido, concedámoslo a los que han pecado contra nosotros. Que sean olvidadas las injusticias, que las faltas no se castiguen, y que todos los que nos han ofendido no teman ya ser pagados con la misma moneda...
Cada uno debe saber bien que él mismo es un pecador, y que para recibir el perdón, debe alegrarse de haber encontrado alguien a quien perdonar. Así, cuando según el mandamiento del Señor, diremos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12), podremos estar seguros de obtener la misericordia de Dios.
Fuente: ©Evangelizo.org
Los ejercicios cuaresmales “Desgarren su corazón y no sus vestiduras,
y vuelvan al Señor, su Dios” (Jl 2,13)
El Señor ha dicho: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13). Así pues, no está permitido a ningún cristiano odiar a quienquiera que sea, porque nadie se salva de ninguna otra manera sino por el perdón de los pecados... Que el pueblo de Dios sea santo, y que sea bueno: Santo para alejarse de lo que está prohibido, bueno para cumplir lo que está mandado. Ciertamente es una gran cosa tener una fe recta y una doctrina santa; es muy digno de alabanza reprimir la glotonería, tener una dulzura y una castidad irreprochables, pero todas estas virtudes, sin la caridad, no son nada...
Amados míos, todos los tiempos son buenos para realizar esta caridad, pero la cuaresma nos invita a ello de manera especial. Los que desean acoger la Pascua del Señor con santidad de espíritu y de cuerpo, ante todo deben esforzarse para adquirir ese don que contiene lo esencial de todas las virtudes y que “cubre la multitud de los pecados” (1P 4,8). Es por eso que, en el momento de celebrar el misterio que sobrepasa a todos los demás, el misterio por el cual la sangre de Jesucristo ha borrado todas nuestras faltas, preparamos en primer lugar los sacrificios de la misericordia. Eso que la bondad de Dios nos ha concedido, concedámoslo a los que han pecado contra nosotros. Que sean olvidadas las injusticias, que las faltas no se castiguen, y que todos los que nos han ofendido no teman ya ser pagados con la misma moneda...
Cada uno debe saber bien que él mismo es un pecador, y que para recibir el perdón, debe alegrarse de haber encontrado alguien a quien perdonar. Así, cuando según el mandamiento del Señor, diremos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12), podremos estar seguros de obtener la misericordia de Dios.
Fuente: ©Evangelizo.org
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