sábado, 11 de agosto de 2018

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - "El que está junto a Dios: ese ha visto al Padre"

TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO DE LA SEMANA XIX
12 de Agosto

      Juan Pablo II Audiencia General (09-08-2000) 
      El encuentro decisivo con Cristo Palabra encarnada

«El que está junto a Dios: ese ha visto al Padre» (Jn 6,46)

    La venida de Cristo a nosotros tiene como finalidad llevarnos al Padre. En efecto, "a Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18). Esta revelación histórica, realizada por Jesús con gestos y palabras, nos toca profundamente a través de la acción interior del Padre (cf. Mt 16, 17; Jn 6, 44-45) y la iluminación del Espíritu Santo (cf. Jn 14, 26; 16, 13). Por eso, Jesús resucitado lo derrama como principio de perdón de los pecados (cf. Jn 20, 22-23) y manantial del amor divino en nosotros (cf. Rm 5, 5). Así se realiza una comunión trinitaria que comienza ya durante la existencia terrena y tiene como meta la plenitud de la visión, cuando "seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2).

    Ahora Cristo sigue caminando a nuestro lado por los senderos de la historia, cumpliendo su promesa: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Está presente a través de su Palabra, "Palabra que llama, que invita, que interpela personalmente, como sucedió en el caso de los Apóstoles. Cuando la Palabra toca a una persona, nace la obediencia, es decir, la escucha que cambia la vida. Cada día (el fiel) se alimenta del pan de la Palabra. Privado de él, está como muerto, y ya no tiene nada que comunicar a sus hermanos, porque la Palabra es Cristo" (Orientale lumen, 10).

    Cristo está presente, además, en la Eucaristía, fuente de amor, de unidad y de salvación. Resuenan constantemente en nuestras iglesias las palabras que él pronunció un día en la sinagoga de la localidad de Cafarnaúm, junto al lago de Tiberíades. Son palabras de esperanza y de vida: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él" (Jn 6, 56). "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día" (Jn 6, 54).

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