TIEMPO ORDINARIO
JUEVES DE LA SEMANA XXIII
13 de Septiembre
«Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso.»
(Lc 6,36).
No intentes distinguir al hombre digno del indigno. Considera a todos los hombres iguales a la hora de servirlos y amarlos. Así los podrás llevar a todos hacia el bien. El Señor ¿no se sentaba a la mesa con los publicanos y mujeres de mala vida, sin apartar de su presencia a los indignos? Así, tú harás el bien y honrarás igual al infiel y al asesino; con más razón porque él también es hermano tuyo, ya que participa de la única naturaleza humana. He aquí, hijo mío, el mandamiento que te doy: “que la misericordia siempre prevalezca en tu balanza, hasta tal punto de sentir dentro de ti la misericordia que Dios siente por el mundo.
¿Cuándo experimenta el hombre que su corazón ha alcanzado la pureza? Cuando considere a todos los hombres buenos, sin que ninguno le parezca impuro o impío. Entonces, aquel hombre es puro de corazón. (Mt 5,8)…
¿Qué es la pureza? En pocas palabras: es la misericordia del corazón para con el universo entero. Y ¿qué es la misericordia del corazón? Es la llama que le inflama de amor hacia toda la creación, hacia los hombres, los pájaros, los animales, los demonios, hacia todo lo creado. Cuando piensa en ellos o cuando los contempla, el hombre siente que sus ojos se llenan de lágrimas de una profunda e intensa piedad que le colma el corazón y le hace incapaz de tolerar, de escuchar, de ver la menor injusticia y la menor aflicción que alguna criatura padezca. Por esto, la oración, acompañada de lágrimas, se extiende en todo momento tanto sobre los seres desprovistos de la palabra como sobre los enemigos de la verdad o sobre aquellos que perjudican a los demás, para que sean guardados y purificados. Una compasión inmensa y sin medida nace en el corazón del hombre, a imagen de Dios.
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