jueves, 4 de octubre de 2018

LA TRANSUSTANCIACIÓN EUCARÍSTICA



Un poco de historia

    Ahora bien, ¿cómo se produce esa conversión del pan y vino en su Cuerpo y Sangre? En un principio los Santos Padres se limitaban a transmitir el contenido de la fe sin preocuparse de dar una explicación racional. Los Padres hablan de la presencia real y de la conversión de la sustancia del pan y de la sustancia del vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, y exponen sencillas comparaciones que hagan más accesible la doctrina.

    San Justino (s. II) hablando de la Eucaristía dice:
Este alimento se llama entre nosotros ´Eucaristía´, del cual a ningún otro es lícito participar, sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, ya que ha sido purificado por el bautismo para el perdón de los pecados y para la regeneración; y que vive como Cristo enseñó. Estas cosas no las tomamos como pan ordinario ni como bebida ordinaria, sino que así como por el Verbo de Dios, que se encarnó, tomó carne y sangre para nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado es la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó”.[1]

    San Ireneo (s. III) se pregunta cómo los herejes no admiten la resurrección de las carnes, siendo que en la Eucaristía nos alimentamos de la carne resucitada de Cristo.[2]

    San Agustín (s. IV):
“Lo que veis, queridos hermanos, en la mesa del Señor es pan y vino, pero este pan y este vino, al añadírseles la palabra, se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo. A todo esto decís: ¡Amén! Decir amén es suscribirlo. Amén significa que es verdadero”. [3]

    Conforme la filosofía y la teología fueron avanzando, empezaron a aparecer intentos de explicación; unos, que fueron correctos y otros, que se separaron de la fe de siempre.

    En la antigüedad se dan palabras similares al término transustanciación, compuestas por el prefijo griego “meta”, y “trans”, que indican el modo y el nivel del cambio.

    En la profesión del Sínodo Romano impuesta a Berengario de Tours (s. XI) se utilizará una terminología muy bella, aunque no esté todavía en uso la palabra transustanciación:
“Yo, Berengario, creo de corazón y confieso de boca que el pan y el vino que se ponen en el altar, por el misterio de la sagrada oración y por las palabras de nuestro Redentor, se convierten sustancialmenteen la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo Nuestro Señor, y que después de la consagración son el verdadero cuerpo de Cristo que nació de la Virgen y que, ofrecido por la salvación del mundo, estuvo pendiente en la cruz y está sentado a la diestra del Padre; y la verdadera sangre de Cristo, que se derramó de su costado, no sólo por el signo y virtud del sacramento, sino en la propiedad de la naturaleza y verdad de la sustancia, como en este breve se contiene, y yo he leído y vosotros entendéis. Así lo creo y en adelante no enseñaré contra esta fe. Así Dios me ayude y estos santos Evangelios de Dios” (DS 700).

    Para algunos, el primero en usar la palabra transustanciación fue Etienne de Baugè (s. XII); para otros se habría tratado de Hildebert de Lavardin, en el mismo siglo XII. Pero fueron Rolando Bandinelli, futuro Alejandro III (s. XII), y posteriormente Inocencio III (s. XIII), quienes difundieron este término a la hora de profundizar en el “modo” de la conversión eucarística.

    En el IV concilio de Letrán (a. 1215) se ofrece una definición de la Eucaristía en la que aparece el verbo “transsubstantis”, para hacer referencia a la conversión que ocurre en el pan y en el vino.

    Y en una línea similar estarían el concilio de Lyon (a. 1274), el concilio de Constanza (a. 1414) y el concilio de Florencia (a. 1438).

    Posteriormente, el concilio de Trento recogería y declararía como dogma de fe esta conversión eucarística en la sesión XIII, y señalaría como “aptísimo” el término transustanciación para referirse al proceso de conversión eucarística.

    “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación (DS 1642); “…permaneciendo solamente las especies de pan y vino…” (DS. 1652).

    La transustanciación eucarística es propuesta como exigencia de la revelación y del realismo expresados por las palabras de Jesús en la Última Cena cuando dice: “esto es mi Cuerpo…”. Tal es la persuasión de la Iglesia desde siempre, confirmada ahora por la definición del concilio de Trento:

    “Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia del pan y del vino juntamente con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo y de toda la sustancia del vino en la Sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama transustanciación, sea anatema”.

    El dato de fe es claro: lo que antes era pan ya no lo es -aunque se conserven sus apariencias- sino el Cuerpo de Cristo; y lo que antes era vino ya no lo es, sino la Sangre de Cristo.


[1] San Justino, Apología 1, 65 ss.

[2] San Ireneo, Adversus Haereses. 4,18; PG 7,1027.

[3] San Agustín, Sermón 6,3.

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