Blanco del Altar
Como a veces se presenta el Lavabo de las manos del sacerdote en la Misa como consecuencia de recibir él personalmente las ofrendas al pie del altar, veamos primero el rito de las ofrendas, la ubicación del lavabo y el modo de realizarlo hoy según el Misal romano.
La oblación de los fieles está documentada entre otros por san Cipriano, san Ambrosio, san Jerónimo, san Agustín, san Cesáreo de Arlés, san Gregorio Magno y el Ordo Romanus (OR) I. El lavabo en la Misa, después de preparar los dones eucarísticos sobre el altar, no es por un valor higiénico, ya que es innecesario, sino espiritual, simbólico, ayudando tanto al sacerdote como a los fieles a disponerse interiormente, con corazón puro, al Sacrificio eucarístico. Es la explicación que ofrece san Cirilo de Jerusalén en su Catequesis:
“Habéis visto cómo el diácono alcanzaba el agua, para lavarse las manos, al sacerdote y a los presbíteros que estaban alrededor del altar. Pero en modo alguno lo hacía para limpiar la suciedad corporal. Digo que no era ése el motivo, pues al comienzo tampoco vinimos a la Iglesia porque llevásemos manchas en el cuerpo. Sin embargo, esta ablución de las manos es símbolo de que debéis estar limpios de todos los pecados y prevaricaciones. Y al ser las manos símbolo de la acción, al lavarlas, significamos la pureza de las obras y el hecho de que estén libres de toda reprensión. ¿No has oído al bienaventurado David aclarándonos este misterio y diciendo: «Mis manos lavo en la inocencia y ando en torno a tu altar, Señor» (Sal 26,6)? Por consiguiente, lavarse las manos es un signo de la inmunidad del pecado” (Catequesis Mistagógica V, 2).
Se suele afirmar en ocasiones que el lavabo de las manos del sacerdote corresponde a que se manchaba después de recibir las ofrendas de los fieles. Sin embargo, las ofrendas no eran tocadas por el sacerdote, sino, en todo caso, por los diáconos al pie del altar. Además, no en todos los ritos y familias litúrgicas existía tal procesión de ofrendas de todo tipo, sino que en algunos ritos sólo los diáconos llevaban en procesión al altar el pan y el vino necesarios.
Ayudado por diáconos o acólitos, el sacerdote se lavaba las manos y luego se las secaba, normalmente en el área del altar. La esterilización del gesto y el alegorismo llevó a que sólo se lavase las puntas de los dedos índice y pulgar para tocar la Hostia, perdiendo visibilidad el gesto y el sentido de purificación interior de toda la persona antes de ofrecer la Oblación, centrándolo sólo en el respeto a la Hostia.
Vayamos a la actual normativa del Misal. Lo primero que tal vez pueda sorprendernos es que el lavabo de las manos del sacerdote ni se ha suprimido ni se presenta como optativo, a gusto de quien preside. Es obligatorio, si bien se constata cómo en tantos y tantos lugares se omite el rito a voluntad: “En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito con el cual se expresa el deseo de purificación interior” (IGMR 76). “Después de la oración Acepta, Señor, nuestro espíritu humilde, o después de la incensación, el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: Lava del todo mi delito, Señor, mientras el ministro vierte el agua” (IGRM 145). En la esquina del altar (nunca en el centro), los acólitos lavan las manos del sacerdote (no solamente las yemas de los dedos); y si no hubiere ministro, un recipiente en la credencia (la mesa auxiliar) permitirá al sacerdote lavarse las manos con humildad.
Lavarse las manos por parte del sacerdote es algo expresivo, significativo, que pide la purificación y pureza interior para ofrecer el Sacrificio de la Eucaristía. Esas manos, ungidas el día de la ordenación, se lavan para que sean transparentes y diáfanas y puedan comunicar el Espíritu Santo. Hace consciente de la gran pureza interior para ofrecer el Sacrificio; hace consciente de la pequeñez del sacerdote y la necesidad de ser sostenido por la Gracia. Pide en silencio mientras se lava: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”.
Fuente: Religión
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