La Virgen María nos enseña que, el acercarse a Dios, es un proceso permanente; un movimiento del alma que ha de durar toda la vida, y que el medio para caminar hacia él es la oración.
No me abandones, Madre y esperanza mía, como lo merezco. Conozcan cielo y tierra, que el protegido por Ti jamás se pierde.
Olvídense todos de mí, con tal que de mí no te olvides, Madre de Dios omnipotente.
Dile a Dios que tú eres mi madre y me salvaré. Yo me fío de Ti, María; en esta esperanza vivo y en ella espero morir diciendo: “Jesús es mi única esperanza, y tú, después de Jesús, Virgen María”. Amén.


No hay comentarios:
Publicar un comentario