La Virgen María nos enseña que, el acercarse a Dios, es un proceso permanente; un movimiento del alma que ha de durar toda la vida, y que el medio para caminar hacia él es la oración.
¡Reina del cielo y de la tierra! ¡Madre del soberano Señor del Universo! ¡Criatura la más sublime, excelsa y amable!.
Es verdad que muchos ni te conocen ni te aman, pero miríadas de ángeles y santos en el cielo te aman y no cesan de cantar tus alabanzas; y aún en la tierra ¡cuántos felizmente se consumen en tu amor, y andan de tu bondad enamorados!.
¡Ojalá te amara yo también, mi amable Señora! Amén.
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