La Virgen María nos enseña que, el acercarse a Dios, es un proceso permanente; un movimiento del alma que ha de durar toda la vida, y que el medio para caminar hacia él es la oración.
Virgen Santa, sublime criatura, desde esta tierra te saluda un pecador que merece castigos y no gracia, justicia en vez de misericordia.
Bien sé que te complaces en ser tanto más benigna, cuanto eres más grande; cuanto son más pobres los que a Ti recurren, tanto más te empeñas en protegerlos y salvarlos.
Tú eres, Madre mía, la que lloraste un día a tu Hijo muerto por mí. Ofrécele, te ruego, tus lágrimas a Dios, y por ellas, consígueme un verdadero dolor de mis pecados. Amén.
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