La Virgen María nos enseña que, el acercarse a Dios, es un proceso permanente; un movimiento del alma que ha de durar toda la vida, y que el medio para caminar hacia él es la oración.
¡Oh Virgen poderosa, que con tu pie aplastas la cabeza de la serpiente!, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las que hemos renunciado a Satanás, a sus obras y seducciones, y sepamos dar al mundo un gozoso testimonio de esperanza cristiana.
¡Oh Virgen clemente, que siempre has abierto tu corazón maternal a las súplicas de la humanidad!, enséñanos a crecer, según las enseñanzas de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre Celestial, Amén.
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