La Virgen María nos enseña que, el acercarse a Dios, es un proceso permanente; un movimiento del alma que ha de durar toda la vida, y que el medio para caminar hacia él es la oración.
Virgen excelsa, ya sé que tú, siendo la Reina del Universo, eres también mi Reina. Por eso, de manera muy especial, me quiero dedicar a tu servicio, para que dispongas de mí como te agrade.
Te diré con San Buenaventura: Señora, me pongo bajo tu servicio para que del todo me moldees y dirijas. No me abandones a mí mismo; gobiérname tú, Reina mía. Corrígeme si no te obedeciera, porque serán para mí muy saludables los avisos que vengan de tu mano. Amén.
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