miércoles, 16 de enero de 2019

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - "Jesús extendió la mano y lo tocó"

TIEMPO ORDINARIO
JUEVES DE LA SEMANA I
17 de Enero

     Pablo VI papa - Homilía (29-01-1978): Curando al leproso profetizaba su Pasión
«Jesús extendió la mano y lo tocó» 

    En su misión de salvación, Jesús se encontró con frecuencia con leprosos, seres de aspecto desfigurado, privados del reflejo de la imagen de la gloria de Dios en la integridad física del cuerpo humano, auténticas ruinas y despojos de la sociedad de aquel tiempo.

    El encuentro de Jesús con los leprosos es el tipo y ejemplo de su encuentro con todo hombre, sanado y encaminado de nuevo a la perfección de la imagen divina primigenia, y admitido otra vez en la comunión del Pueblo de Dios. En estos encuentros Jesús se manifestaba cual portador de una vida nueva, de una plenitud de humanidad, perdida hacía tiempo. La legislación mosaica marginaba al leproso, lo condenaba, prohibía acercarse a él, hablarle o tocarlo. En cambio Jesús se muestra antes que todo soberanamente libre respecto de la ley antigua: se acerca al leproso, le habla, lo toca, y hasta lo cura, lo sana, hace que su carne vuelva a tener la frescura de la carne de un niño. "Viene a El un leproso —se lee en Marcos— que suplicando y de rodillas le dice: Si quieres, puedes limpiarme. Enternecido, extendió la mano, lo tocó y dijo: Quiero, sé limpio. Y al instante desapareció la lepra y quedó limpio" (Mc 1, 40-42; cf. Mt 8, 2-4; Lc 5, 12-15). Lo mismo ocurrirá con otros diez leprosos (cf. Lc 17, 12-19). "Los leprosos quedan limpios", ésta es la señal de su mesianidad que Jesús da a los discípulos de Juan Bautista, que habían acudido a interrogarle (Mt 11, 5). Y a sus discípulos Jesús les confía esta misma misión suya: "Predicad diciendo: El reino de Dios se acerca... limpiad a los leprosos" (Mt 10, 7 ss.). Afirmaba, además, que la pureza ritual es completamente accidental, que la pureza decisiva e importante para la salvación es la pureza moral, la del corazón, la de la voluntad, que no tiene nada que ver con las manchas de la piel o de la persona (cf. Mt 15, 10-20).

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