sábado, 9 de marzo de 2019

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - Lc 4, 1-13: Las Tentaciones en el desierto

TIEMPO DE CUARESMA
DOMINGO DE LA SEMANA I
Propio del Tiempo. Salterio I

10 de marzo


  LA VICTORIA DE CRISTO: 

  Acabadas las tentaciones

  San Lucas quiere decir con esto que en realidad no hay muchos tipos fundamentales de tentación. No ha de extrañarnos que la Tradición haya puesto en paralelo esta triple tentación con la triple concupiscencia denunciada por san Juan (||1Jn 2,16) : la de la carne (los panes), la de los ojos (apoyarse no en la fe, sino en los milagros) y la del orgullo (la Voluntad de Poder). Esta triple y fatal desviación es la misma que se encuentra al momento del Pecado Original: “El fruto del árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr la Inteligencia (decidir por sí mismo del Bien y del Mal, y por lo tanto, dominarlo todo)” (Gn 3,6).

  ||Heb 4,15; 2,18 – Si Cristo ha conocido la tentación (como el bautismo, como la muerte y la resurrección), es por nosotros: para estar con nosotros en nuestras tentaciones, conocerlas por su propia experiencia humana (4,15), y más aún para venir en nuestra ayuda (2,18) estableciendo de su humanidad a la nuestra, en un gran “cuerpo místico”, unos “vasos comunicantes” entre su combate y los nuestros. Él toma sobre sí nuestra terrible vulnerabilidad y complicidad (desde Adán), y nos transmite algo de su firmeza y de su victoria sobre Satanás.
Como dirá nuestro querido papa Benedicto XVI:


  “Las tentaciones de Jesús son un descendimiento a las pruebas que amenazan al hombre, porque solamente así el hombre que ha caído, puede levantarse. Jesús entra en el drama de la existencia humana, lo atraviesa hasta lo más profundo, con el fin de encontrar la “oveja perdida”, tomarla sobre sus hombros y conducirla al redil… El descendimiento “a los infiernos” de que habla el Credo, no se cumplió solamente en su muerte y después de su muerte, sino que es parte de todo el caminar de Jesús: Él debe retomar toda la historia desde sus comienzos – desde Adán –, recorrerla y sufrir hasta el extremo para poder transformarla”.

(Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 1ª Parte, Cap. II).


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