TIEMPO DE ADVIENTO
MARTES DE LA SEMANA I
04 de Diciembre
“Muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis”
A menudo pienso en el ardiente deseo que hacía suspirar a los patriarcas acerca de la encarnación de Cristo. Y ello me hace experimentar una profunda confusión… ¿No es que la tibieza de nuestro propio deseo es muy grande? ¿A cuál de entre nosotros la manifestación de la gracia inspira un gozo tan vivo como el deseo que alumbraba el corazón de nuestros padres santos? Sin duda seréis muchos los que os alegraréis de este nacimiento que ya muy pronto vamos a celebrar; sí, ¡Dios quiera que nuestro gozo sea causado por la Natividad del Señor y no por la vanidad!
Estos hombres, animados por la fuerza del Espíritu, habían sentido en su espíritu cuán grande sería la gracia que se derramaría en los labios de Aquel que esperaban (Sl 45,3). También ellos dicen, salido de su corazón: “¡Que me bese con un beso de su boca!” (Ct 1,2) deseando con todas sus fuerzas no verse privados de una dulzura tal… Los mejores dicen: “¿De que me sirven las bocas elocuentes de los profetas? No quiero oír más a Moisés, con la dificultad de su lengua, ni a Isaías, cuyos labios son impuros, ni a Jeremías que confiesa no saber hablar… Sino que éste, sí, éste de quien nos hablan, nos hable ya él mismo; que no nos hable más en ellos o a través de ellos, sino que su presencia graciosa, su doctrina admirable sean para mi una fuente que manen vida eterna.” Porque mientras ellos anunciaban la paz, mientras el autor de la paz tardaba en venir, la fe del pueblo tambaleaba; y nadie podía salvarlos. También los hombres estaban indignados de tanto retraso, de que el Príncipe de la paz, tantas veces anunciado, no llegara todavía, según lo había dicho por boca de sus santos profetas, desde los tiempos más antiguos… Reclamaban un signo de reconciliación como se les había prometido, respondiendo así a los mensajeros de la paz: “¿Hasta cuando tendrás inquieta nuestra alma, esperando tu paz?”.
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